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Los rostros
y los vuelos
de Diego Linares

El artista argentino ofrece una exposición de retratos imaginarios y figuras evanescentes.

El artista argentino ofrece una exposición de retratos imaginarios y figuras evanescentes.

Diego Linares debería creer en las profecías, sobre todo cuando se cumplen. Hace cincuenta años, el pintor Ezequiel Linares dijo a su esposa, Yolanda del Gesso, embarazada, quien deseaba tener una hija: "No; será hombre, se llamará Diego, como Velázquez, y será pintor"; y así fue, de modo que don Ezequiel –tremendo artista también– gozaba del don de la profecía junto al poder de síntesis.

La vida de Diego podría resumirse en aquella premonición, pero habría que añadir que también ha sido trotamundos, estudiante, aventurero, laborioso, bohemio y disciplinado. Como ha logrado tejer tantas disidencias es algo que queda para otra adivinanza, pero el hecho es que Linares ha consolidado una reconocida trayectoria en el arte hispanoamericano y ahora ofrece la exposición Toco madera: 19 pinturas en la Galería Artflow.

En meses recientes, Diego ejecutó estas obras sobre lienzo o madera, en mediano y gran formatos. Todas revelan dos tendencias sobre las que él suele viajar: evanescentes retratos de mujeres de raza negra (más un hombre) y personajes inasibles, metafísicos, flotantes. Linares se considera figurativo, y lo es con rigor; mas también suma planos, brochazos eufóricos y colores-sorpresa, como en un cuadro sin título y en un díptico sin título (las obras sin título son los tormentos de los cronistas). "Produzco mucho y me olvido de titular mis cuadros, pero mis amigos me ayudan a hacerlo", bromea Linares y camina –algo felino– de un muro a otro, de un estilo a otro.

Rostros y colores.

Diego hace más de cien pinturas por año, además de dibujos y grabados, y no le pierde el ojo a la fotografía.

Los cuadros que exhiben cabezas o cuerpos de mujeres tienen su historia. En el año 2000, en Nueva York, Linares expuso una serie de pinturas: La soledad y la belleza, que no llamaron la atención –afirma–. Por probar otra cosa y sin mucha fe, comenzó a pintar rostros muy grandes de mujeres, y estos cuadros sí pegaron. "Vendí todo y me pedían más", recuerda el pintor.

Desde entonces, aquellos temas han sido un Leitmotiv en el artista. "Cuando viajé al Brasil me impresionaron la belleza y la elegancia de las mujeres negras; después, en Madrid, conocí a una modelo negra y de ella conservo muchas fotografías que me sirven ahora para crear", explica Diego Linares.

Sin embargo, añade, a partir de un recuerdo o de una misma foto, las caras no son iguales, ni siquiera en los dípticos que nos miran tan de cerca que nosotros estamos en su primer plano.

Los colores juegan con muchas cartas: ora son opacos, de leve contraste; ora son áureos y vibrátiles, animados y conversadores; aquí trazan claramente las siluetas; allá se afantasman con vocación de humo. Estas mujeres miran firmes, listas para la foto del pincel; aquellas vuelan en alguna esquina imprecisable entre el tiempo y el espacio.

"Me encantan la pintura florida: el aduanero Rousseau, Gaugin, y el color, y la magia de la mujer...", se autodefine Diego Linares desde su altura, que conserva aunque esté sentado aquí, en el universo de dos dimensiones (los cuadros) de la galería.

Ébano y mariposas.

"Yo he cultivado una ‘pintura escultórica’, como de cerámica, por decirlo así, pero traté de darme algo de libertad porque me había ceñido demasiado a la forma y al brillo. Ahora estoy en busca de algo más espiritual", añade en alusión a pinturas como dos cuadros de gran formato que se enfrentan: Adán y Eva y el paraíso perdido.

¿Algo del paraíso, del país perdido por el exilio? "Posiblemente, pero estoy contento de la selva que encontré aquí, en un guindo junto a un río, en Santa Bárbara. Allí vivo con mi esposa y mis hijos", revela Linares.

Diego trabaja con pincel. En algunos casos pinta el fondo con polvo de oro y con pinturas industriales al aceite; luego le aparecen los personajes. Por último, aplica un barniz de poliuretano. Linares es un buen dibujante. ¿Hace retratos? "He pintado dos o tres a pedido, pero esto ya es otra cosa: creación, no recreación. A veces me preguntan si yo imprimo mis cuadros porque no se percibe la pincelada. Adrián Arguedas les dijo a unos visitantes: ‘No; este tipo pinta’", detalla Linares.

El óleo sobre tela Blus Fields III recuerda a una modelo que el artista dibujaba en Madrid. Es una pintura casi "al ébano". Linares aplicó una sola pintura, que fue aclarando, diluyendo, deslizando del gris al blanco.

La serie Cara (I, II y III) parte de una misma modelo, pero los retratos no se repiten: "Voy transformándola". ¿Por qué esa evanescencia que nos separa de los rostros? "Es como una pérdida: la sensación de que algo se va", responde el artista.

Mariposas ilustran un cuerpo femenino echado de espaldas y con las rodillas levantadas. El origen: "Un día vi a mi mujer cuando ella hacía yoga, y de allí surgió la idea. ¡Mirá: qué loco!".

Entre los mundos.

Algunas personas sí hacen trabajar a los mapas, y no se diga del GPS. Diego Linares es un trotamundos que mezcla el arte y la aventura en la misma paleta. "Siempre fui inquieto. A inicios de los años 80 encontré la Movida madrileña e hice decorados para las primeras cintas de Pedro Almodóvar. Después estuve en Marruecos y en los Estados Unidos. Soy independiente y fui grande antes de tiempo", confiesa el artista. Diego Linares nació en San Miguel de Tucumán (Argentina) en 1965. A los 15 años comenzó estudios en la Escuela de Bellas Artes de Tucumán, pero los interrumpió en 1980, cuando su padre recibió amenazas de muerte de agentes de la dictadura militar.

Linares recuerda que varios primos y parientes suyos habían sido secuestrados, y nunca han aparecido. Él y sus padres arribaron a España en el desamparo económico. Gracias a paisanos y amigos, Diego ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Luego fue alumno en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. "Recibimos clases de artistas como Antonio García López y Miquel Barceló, e incluso de Dalí, quien ya iba en silla de ruedas" anota Linares.

Poco después, a pedido del grabador argentino Julio Paz, Linares fue becado para estudiar en Brera, Milán. Más tarde volvió a Madrid, donde cursó fotografía y cerámica. Ya bajo la democracia, Linares retornó a Buenos Aires y aprobó una maestría en diseño gráfico en la Escuela Superior De la Cárcova.

Ante el público.

Diego Linares cuenta que a los 17 años ofreció su primera muestra individual, en el Instituto Ciudad de los Poetas, de Madrid, presentada por el aedo Rafael Alberti. Linares también ha brindado exhibiciones en la Argentina, Costa Rica, Panamá, México, Colombia, los Estados Unidos y Guatemala. Él reside en Costa Rica desde hace siete años.

En 1998, en San José, Linares brindó la exhibición Ménades: 20 pinturas de gran formato, en las que imaginó diosas gordas, calvas y sonrientes, rodeadas de la feracidad invasora de las selvas.

Otra exposición de Linares se abrió en la galería Klaus Steinmetz Contemporary Art en el 2010: cuadros de fondo blanco, pero con los motivos de mujeres, de cabezas invasivas, de ojos que nos rodean a mansalva.

Entonces, para la revista Su Casa, Diego Linares confesó que sus personajes femeninos provienen de sus primeros viajes al Brasil. "Me fascina la libertad física que tienen allí para bailar, para hacer música... ".

¿Planes? "Yo vivo de la pintura, pero me gustaría dedicarme también a la enseñanza. Mi proyecto inmediato es hacer escultura", responde.

Diego Linares es un magnífico artista que ha encontrado la aventura en la vida y la cordura en el arte. Si vuelve a inquietarse, ¿cómo lo seguirán los mapas?

Victor Hurtado

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